EL CAMINAR Y EL ARQUETIPO “MAGIA”. PARTE I

Es conveniente señalar brevemente qué ha representado la magia para el ser humano; éste la crea por su “creencia” en lo sobrenatural. El hombre, desde los tiempos más remotos, ha tratado de controlar todos los fenómenos naturales que se generaban en su entorno físico y de conocer los movimientos de los astros, así como las causas de lo que no comprendía.

Es muy representativa la pintura rupestre encontrada en la gruta de “Les trois Freres” en el sur de Francia. Esta figura representa a un individuo el cual tiene dibujado la barba, las piernas y sus pies, y está presentado caminando y en movimiento, con unos cuernos de ciervo en la cabeza, y sus orejas y brazos corresponden a otro tipo de animal. Así que está adornado con partes “animales”. Seguramente es un individuo ataviado para una ceremonia y estaba representando mágicamente a un cazador de ciervos junto con otros animales, así que el título que se le ha asignado es “el hechicero”.

Este hallazgo corresponde a los restos de homínidos encontrados en esta región de Francia y que se le denominó Hombre de Cro-Magnon por haberse localizado en una gruta con este nombre. (Posts HOMO-ITER: HOMBRE CAMINANTE. PARTE I y HOMO-ITER: HOMBRE CAMINANTE. PARTE II; y post futuro CRÓNICA DE UNA DESAPARICIÓN ANUNCIADA EN EL PLEISTOCENO).

Esta pintura cae dentro de lo que se denomina magia imitativa, pues el hecho de representar a un ser humano en una pintura implicaba que al ponerlo en movimiento -junto con los otros elementos de la pintura- lograría obtener los resultados invocados: poder alcanzar al animal requerido. Una pintura, representando esa ceremonia, servía para hacer comprender espiritualmente al animal que no deseaban hacerle daño, sino que lo necesitarían por su carne para alimentarse y su piel como indumentaria. Seguramente existieron algunas otras formas de dibujar o pintar los objetos y animales que deseaban relacionar mágicamente, como por ejemplo, dibujarlos por los senderos o áreas –en la tierra o en la arena- que acostumbraban transitar esos animales y que necesitaban apoderarse de él para beneficiarse de sus carnes, huesos y pieles.

Otra forma de magia utilizada -desde las épocas remotas- es la llamada contaminante o de contacto. Su principio fundamental es que el mago puede actuar sobre una persona (o animal) al tener en su mano cualquier objeto que haya estado en contacto con esa persona (o animal). Todas estas fuerzas mágicas ejercen su efectividad en las cosas sobre las que se actúa de modo recíproco, y se supone que lo hacen mediante un poder secreto de atracción, a distancias cercanas o lejanas. Basándonos en esta otra forma de magia podemos imaginar que también pudieron realizar contactos con la lanza y con los cuernos del animal para poder atraerlos hacia sí.

Si bien hemos señalado 2 formas de magia, la imitativa y por contacto, existen otras modalidades que se han practicado a lo largo de la historia de la humanidad; así como también debemos reconocer que no únicamente se utilizaban para cazar a los animales, sino también para imitarlos en su comportamiento en general, su descanso, en su forma de dormir, para cuidarse de otros animales, su deambular, en su forma de alimentarse, etc.

Así como ha existido la magia positiva también ha existido la negativa. J. G. Frazer en su libro “La Rama Dorada. Magia y Religión”, ha expresado al respecto que ambas magias, la de contacto y la imitativa, comprenden tanto mandatos positivos (los encantamientos o hechicería) como negativos (tabús o prohibiciones), por lo se debe responder a lo que deberemos hacer y a lo que no deberemos realizar. Explica que los mandatos positivos nos indican que deberemos llevar a cabo esto para que suceda esto otro, su propósito es el de generar un evento que se desea; mientras que los mandatos negativos nos señalan que no deberemos hacer esto para que no suceda esto otro, su propósito es el de evitar el acontecimiento al que se le tiene miedo.

Estas conceptualizaciones de Frazer sobre la magia positiva y negativa nos llevan a mencionar que siempre han existido infinidad de conductas para realizar algunas actividades mientras se camina; basta señalar la de imitar el caminar de algunos animales, de ciertos pueblos, atrayéndolos a senderos convenientes para capturarlos y cazarlos. Lo mismo sucede con la prohibición de realizar algunas otras actividades mientras se camina: no coser, no hilar, no comer ciertas frutas ni platillos, etc.

Todos los pueblos, durante milenios, han venido “construyendo” sus magias domésticas, mismas que se asemejan en sus aspectos generales, conteniendo elementos comunes. Esta construcción de magias generalizada en el ser humano responde a un arquetipo universal.

Según Jung los arquetipos (El hombre y sus símbolos) “son imágenes unidas íntegramente a las emociones del ser humano”, “…son imágenes de naturaleza colectiva, que se dan casi universalmente como constituyentes de los mitos y, al propio tiempo, como productos individuales autóctonos de origen inconsciente…”; así, todo arquetipo es un binomio psíquico de imágenes y emociones, una proyección psíquica o imágenes (producciones) espirituales generados en el inconsciente colectivo y que afloran a la conciencia después de períodos largos de tiempo, generadas por experiencias repetidas, de tal modo que se han “incubado” en el inconsciente colectivo, es decir, son siempre comunes a pueblos enteros y a épocas determinadas, y a través de los individuales se revelan, se manifiestan y se exteriorizan hacia el medio físico. En nuestro caso como manifestaciones en las creencias mágicas.

Todo arquetipo es producido por una condensación de miríadas de eventos semejantes entre sí, de determinadas vivencias psíquicas que se han repetido durante milenios.

Todas esas creencias en cuestiones mágicas son transfiguradas en imágenes, sustentadas en una infinitud de costumbres, ritos, tradiciones, rituales mágicos, fórmulas de alabanza, de ayuda, de bendición o maldición, etc., que al paso de largos períodos de tiempo se constituyen en parte importante del arquetipo colectivo.

Desde las épocas antiquísimas, en la mente arcaica se inscribe que todo debe “morir” y “renacer”. Tengamos presente que la magia practicada por los hechiceros (chamanes, hechizadores, magos, etc.), personas especializadas en esta actividad, buscaban fundamentalmente ayudar pero sobre todo sanar y curar a los demás, salvarlos de no perder la vida.

También observemos que el arquetipo Magia no implica la existencia de la magia en sí, ni de un mago o hechicero, sino que se ha formado por la condensación de que hablábamos anteriormente, de la repetición milenaria de vivencias psíquicas y que se han acumulado en el inconsciente colectivo.

Podemos asegurar que existe siempre una conexión entre arquetipos, y además de que el de la “Magia” no se le debe confundir con los relacionados con el ritual de lo nuevo, de reinicio de ciclos, ni con períodos astrológicos, ni con la recreación. Es la búsqueda y encuentro con la vida, con esa parte espiritual que el ser humano ha tratado de encontrar desde siempre, y que posteriormente se transformó en una religión pues la magia dejó de ser eficaz; por ello, en una primera fase surgieron estos taumaturgos (curanderos, sanadores, etc.), y en una fase posterior, emergieron los personajes religiosos (monjes, sacerdotes, etc.). Con la concepción de “espíritu” y de la idea que mora en las “cosas” empieza el proceso de transformación de la magia –que comienza a perder eficacia- hacia la religión.

Esa repetición de eventos semejantes entre sí, en su mayoría equivalentes o análogos, generados por actitudes y acciones cotidianas respecto a la práctica de la magia, traducidas en una búsqueda de poder y control hacia lo sobrenatural y hacia todo aquello que no se comprendía, se transformó en un arquetipo, que bien podríamos enunciar –en la actualidad- psicológicamente como el querer ascender a Dios o querer ser como Dios. La condensación de ese arquetipo se traduce en un movimiento y dinamismo que debemos darle salida con el caminar. Es decir, caminando realizamos esa analogía en la que trasladamos y liberamos esa necesidad arquetípica de controlar al resto de las cosas. El caminar es ejercitar el arquetipo Magia; este se ha sustentado en rituales, costumbres y tradiciones –variadísimas en todos los pueblos y que actualmente todavía algunos expresan de manera arcaica- que nos han proveído de una fuerza (física y mental) capaz de sobrellevar todo tipo de cuestiones emocionales como frustraciones, pérdidas, fracasos, sufrimientos, venganzas, penitencias, amenazas, desafíos, etc., y desde el punto de vista físico, como caídas, accidentes, enfermedades, malestares, dolores, infecciones, contagios, etc.

El desplazamiento que se logra mediante el arquetipo Magia, el alma o espíritu del individuo -o grupo- que se ve envuelto en el proceso de las imágenes arquetípicas, por lo general participaba disfrazándose con indumentaria animal o vegetal, con o sin mascarilla (máscara, antifaz, gambox, careta), y con ritmos y movimientos que asemejaban a los animales que quería y necesitaba que estuvieran presentes en la ceremonia o en el ritual mágico, por ello siempre existe una relación entre la vestimenta (o la pintura rupestre que mencionamos atrás) que se denomina por lo general totemismo y el arquetipo Magia.

Existe un paralelismo entre la pintura o dibujo, el totemismo (incluyendo su creación estatuaria o escultórica) y el arquetipo Magia, pues los tres son representaciones de imágenes que requiere llevar a efecto el inconsciente (mente, espíritu y alma), y todas ellas están impregnadas y sostenidas por las emociones humanas.

Respecto a la relación funcional animal, podemos mencionar que parte del alma del animal –su ánima- se trasmuta en el alma del ser humano que lo invoca mágicamente, obteniendo movimiento y energía de ese animal seleccionado, es el impulso a moverse. El ánima genera un movimiento que da aliento, provoca e impulsa un caminar que da vigor.

Un parangón ancestral son las actividades que realizamos cuando preparamos la comida diaria.

Los sonidos son unidades eternas que residen en la mente, en la interioridad del ser, entidades que participan en la creación cuando se emiten por la voz, o por cualquier otro medio, y se reciben por el oído.

Pareciera que alguien nos susurró aconsejando que el arte excelso, el mejor arte, es el que se realiza con el mayor número de los sentidos humanos. Y por ende, podríamos aventurarnos diciendo que el ritmo en los movimientos corpóreos tiene un efecto profundo y sutil en la preparación de los platillos. Esa facultad, sensación y capacidad rítmicos son determinantes en el ser para ello.

No deseo extenderme sobre esto, pero sí comentar que las actividades que se desarrollan en la cocina, tendientes a elaborar los alimentos, se han realizado desde siempre en compañía de movimientos y cánticos de trabajo –ritmo y compás- desde los tiempos más antiguos y en actividades muy primitivas como han sido el majar, moler, cortar, amasar, machacar, combinar, picar, descabezar, cercenar, mutilar, desmochar, rebanar, trinchar, mezclar, hornear, asar, y todas ellas tenían seguramente un compás, un canto, un ritmo, una melodía,  una cadencia (lapso de tiempo), que las acompañaban y conducían.

Era característico que estas se realizaran en grupo y en la medida que la actividad de preparación de alimentos se fue convirtiendo más en una actividad individual, la costumbre y sus rituales de acompañarlas con cantos y movimientos corporales rítmicos en grupo, se fue perdiendo. (Fragmentos textuales extraídos de mi libro: Loya Lopategui, Carlos, COCINOPEA. Gastronomía Tuxpeña, EMULISA, México, 2011).

De ahí que también podríamos aventurarnos a decir que una buena cocinera o un buen cocinero es aquel que tiene un adecuado y relevante ritmo interior. (Post futuro EL COMPÁS Y EL RITMO EN EL CAMINAR). El equilibrio rítmico y el buen sabor se funden para lograr los mejores platillos.

Ahora bien, según mi conclusión personal sobre este arquetipo, el de la Magia, es que necesitamos repetir a nuestros ancestros en su comportamiento ceremonial y estar en movimiento imitando a los animales en su caminar, para comunicarnos plenamente con nuestra interioridad más profunda (con nuestros instintos), y ello se logrará, desde luego, reduciendo nuestra dependencia física y mental hacia los medios modernos de transporte. Así es que pongámonos a caminar.

Nuestros ancestros pintaban el tótem para multiplicarlo y para que se presentara, ya sea en las paredes de una roca (como la pintura rupestre descrita), en cualquier suelo o terreno, o específicamente en los senderos donde acostumbraba caminar o pastar ese tótem-animal; incluso a veces sólo realzaban las partes más apetecidas del animal o bien únicamente esas partes dibujaban. Por lo general, pintaban alguna sección del tótem-animal que lo identificaba plenamente como tal, como su cornamenta, sus cabezas, sus colmillos, sus huellas, etc.

El espíritu (o el alma) representado pictóricamente de esta manera (magia imitativa), animaba a los animales para que se presentaran en los momentos que se deseaba y en los lugares adecuados, para poder cazarlos. Además de estas formas plásticas, también utilizaban partes reales (magia de contacto) del animal que deseaban capturar, como sus pieles, ornamentas, cascos, pezuñas, huesos, etc.; todo ello para “animar” a sus compañeros de manada hacia el sitio donde los esperarían para capturarlos.

Una variedad muy extendida en casi todos los pueblos del mundo era la práctica de la magia imitativa al ingerir partes seleccionadas de los animales, porque en ellas se almacenaban ciertas fuerzas importantes del animal, y que al comerlas –preparadas de diferentes formas- les trasmitían esos poderes mágicos al que los ingería; dependiendo de la “parte” que se destinaba para consumir mágicamente, se obtenía mayor fuerza física, mejor vista, mayor velocidad en la carrera, mayor resistencia en el caminar a largas distancias, mejor oído, mayor capacidad reproductiva y de fecundación, facilidad en la eliminación de la esterilidad y de la impotencia sexual, etc.

En este mismo sentido, otra práctica de magia imitativa, pero con las plantas y vegetales era el comer partes de sus tallos, hojas, raíces, flores y frutos, porque así adquirían sus propiedades benignas y sanadoras de que estaban provistas, según el pueblo que lo acostumbraba.

No obstante, esta costumbre regular, casi en todos los pueblos del orbe, de comer plantas y vegetales, también existía la práctica mágica que combinaba las plantas y vegetales con la captura de animales. Por ejemplo el uso que se les daba a las hojas caídas –por sí mismas, no cortadas- de los árboles. Se colocaba un determinado número de ellas en una trampa-hoyo para animales, para que de la misma forma cayeran libremente las presas dentro de la trampa. Mientras mayor el número de hojas y mayor su tamaño, así caerían en la trampa más animales y de gran corpulencia.

Otra práctica mágica era el contacto con piedras; pues cuando se fatigaban caminando, por haber recorrido largas distancias, se creía que tocándolas les permitía transferir su cansancio a esas piedras que después arrojaban en lugares especiales del camino.

Pongámonos a caminar. Estoy seguro que no necesitamos de ninguna magia para “animar” a nuestro cuerpo para ponerlo a caminar,  o quizás debamos hacer contacto con nuestro arquetipo Magia.

Loya Lopategui, Carlos, COCINOPEA. Gastronomía Tuxpeña, EMULISA, México, 2011

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