En un pueblo de Las Huastecas, región del México Prehispánico, a principios del siglo pasado contaba entre su trama urbana con un callejón que tenía una enorme popularidad en toda la comarca veracruzana porque tenía un doble nombre.
Una vía para caminar, como cualquier otra, pero con esa característica que lo hacía diferente, pues desde que ponía el primer paso el viandante se sentía algo involucrado y confundido, precisamente por los nombres que esbozaba el callejón.
No piensen que la persona que entraba en él no salía, ni nada por el estilo, sino que todos los que lo recorrían salían satisfechos por algo que recibían durante su caminar a lo largo de él. Estaban obligados –según dice la leyenda- a caminarlo en sus dos sentidos. Pero uno de ellos no tenía los mismos efectos que el otro.
Sus dos títulos insinuaban algo de lo que sentirían al transitarlo; sin embargo, cada individuo –hombre o mujer, niño o anciano- recibía diferentes impactos en su persona de acuerdo a sus vivencias personales.
Para poder acercarme a localizar dicho callejón cayó en mis manos una novela que transcribo una de sus partes referente al callejón de marras:
“En una noche temprana buscando una fonda que todo el mundo me había recomendado llegué a toparme con un callejón que tenía por nombre ‘La novela’, me llamó la atención y después de preguntar una vez más cómo orientarme hacia la antojería, llegué a ésta e inmediatamente pedí la especialidad de la casa que era ‘Estrujadas de chile color con camarones’. ¡Qué delicia! Tenían razón los que me aconsejaron dicho lugar y platillo.
Ya degustando los camarones y en un momento que estuvo el mesero un poco relajado le pregunté sobre aquel callejón. Me comentó que hace algunas décadas se había difundido una novela que narraba las tribulaciones del cura de un pueblo de la región y algunos eventos parecían que habían sucedido en esa localidad. De manera continuada, casi sin respirar, siguió explicándome que varios pueblos vecinos se habían atribuido la sede de esa población, pero hasta donde él sabía nunca se pudo dilucidar a cuál se refería el autor.
No agregó nada más, pues se dirigió a otras mesas que le estaban demandando el servicio y eso fue todo lo que me dijo en aquel momento.
Un par de días después me encontré con una pareja que andaba deambulando por la zona del callejón y me atreví a preguntarles sobre esa historia y afortunadamente ellos también la conocían. Pude enterarme de algo más, por ejemplo de que tampoco se supo quién era el autor verdadero de aquel libro.
Me comentaron que no muy lejos de ese callejón había otro que tenía, curiosamente, dos nombres, por un lado se podía leer una placa que decía ‘Callejón de los recuerdos’ y si te acercabas por el otro extremo tenía otra que decía ‘Callejón de los olvidos’. Cuentan –me explicaron- que si caminas por el de los recuerdos empiezas a evocar cosas que has vivido y que las tenías borradas de tu memoria; pero si te aproximas por el otro acceso, al cual llegas por un pequeño puente de piedra, olvidas todas las cosas malas que hubieres cometido. Por ello recomiendan, las personas que creen en esta leyenda, que lleves a tu novia o a tu esposa para que olvide todas aquellas cosas que hayas realizado y que a ella no le han agradado.
Creo que él andaba tratando de probar algo en aquel callejón y ella de que él recordara alguna situación. No lo pude constatar.
La inquietud me atrapó, pues la semilla de la curiosidad estaba sembrada en mí. Desde ese momento estuve tan interesado en esa historia que posteriormente regresé a la fonda para preguntar al mesero si se podía conseguir aquella novela, origen de la placa. Solo me pudo agregar que el nombre se lo habían puesto hacía 8 o 9 años, realizándose todo un festejo en su colocación.”
Antes del nombre de “La novela” tuvo otros más: “Un callejón más” este seguramente se lo pusieron para cambiar todas esas leyendas que llegó un momento en que nadie lo quería atravesar; “La libertad de caminar”, seguramente para darle seguridad a los usuarios. Lo interesante es que un día del mes de marzo del año 2014 hice un viaje para localizarlo y finalmente pude dar con él. La prueba es que todavía se alcanzan a leer sus placas colgadas en los distintos muros con los diferentes nombres que ha tomado.
Cualquier callejón nos puede inducir para trasponer alguna forma de ser y modificar nuestro caminar por la vida. Busquemos nuestros propios callejones –con un nombre o con doble nombre- y recorrámoslos con el afán de encontrar respuestas a nuestro caminar.
202. CUATRO AL ATARDECER
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