Era un día en que el viento parecía susurrar secretos al oído de quien supiera escucharlos. En un rincón apartado de un parque frondoso, entre senderos que serpenteaban como pensamientos perdidos, apareció Sinesfrido, un ser enigmático que irradiaba una extraña calma, caminando en una recóndita vereda oculta entre los árboles, donde los ecos del viento se entrelazaban con los murmullos de las hojas. Su andar no era común; sus pasos parecían fusionarse al combinarse con los latidos de la naturaleza, creando sensaciones inexplicables a su alrededor.
No era el típico caminante, pues lo hacía al ritmo de las emociones de su entorno. Era un ser que habitaba la intersección de los sentidos, un viajero entre colores, sonidos y aromas.
Para Sinesfrido, cada rincón del mundo era una melodía de sentidos, una coreografía en la que todo estaba conectado a través de una sinfonía invisible. Caminaba solo, aunque no lo parecía, pues los senderos respondían a sus pasos, y él, un viajero del universo de las sinestesias, lo percibía todo con una intensidad abrumadora.
Fue en medio de este camino que Sinesfrido vio a un individuo sentado bajo un gran roble, desconcertado y un tanto aturdido.
Sinesfrido, siempre curioso y conectado con las energías de los sentidos, se acercó suavemente y habló con una voz que mezclaba tonos de amanecer y atardecer.
SINESFRIDO
—¿Quién eres? —preguntó Sinesfrido, deteniéndose ante él.
GOVOT lo miró, incapaz de responder de inmediato. Había sentido su presencia antes de verlo.
—Soy GOVOT —respondió al fin, con una voz que parecía vibrar con cada uno de los sentidos—. Percibo el mundo de maneras que a veces no comprendo. Todo me llega de golpe: los colores me saben a frutas, los sonidos me acarician como el viento, y los olores… los olores me pintan paisajes en mi mente. Pero no sé cómo manejar la parte de la razón. Estoy abrumado.
Para GOVOT, el mundo era una satisfacción sensorial; cada detalle lo inundaba con tal magnitud que apenas podía procesarlo.
GOVOT, era un individuo que encarnaba la esencia de los cinco sentidos humanos —gusto, olfato, vista, oído y tacto— pero en ese paraje se encontraba confundido, como si el mundo que le rodeaba fuera un caos ingobernable (sin dirección, sin gobierno, sin dominio, sin dirección, sin regulación) o un orden razonable sin control.
GOVOT
Sinesfrido, comprendiendo el dilema de su nuevo acompañante, sonrió con calma. Sabía exactamente lo que debía hacer.
—Mi nombre es Sinesfrido. Y acostumbre pasear por este y otros bosques. Lo que necesitas, GOVOT, es caminar.
—¿Caminar? —preguntó GOVOT, confundido—. ¿Cómo podría caminar ayudarme a ordenar todo este caos dominado por la razón?
—¿Sabes, GOVOT? —le dijo Sinesfrido, con pleno conocimiento—. Los sentidos que llevas contigo están esperando ser despertados. Pero para eso, necesitas caminar. Solo el movimiento del cuerpo despierta el movimiento de la percepción. ¿Por qué no comienzas a caminar? Los sentidos responden al paso, y cada forma de caminar les trae un regalo distinto.
GOVOT, un poco desconcertado, levantó la vista y preguntó sin mucha convicción:
—¿Caminar? ¿Y qué cambiará eso en mí, Sinesfrido?
—Porque caminar no es solo mover los pies, amigo mío —respondió Sinesfrido con una mirada profunda—. Es la forma más natural en que los seres humanos conectan sensorialmente con el mundo. Cuando caminas, das un ritmo a tus sentidos. Los sincronizas, los distribuyes. Y si caminas de ciertas maneras, podrás experimentar tus sentidos de formas que jamás imaginaste.
GOVOT frunció el ceño, intrigado pero aún dudoso.
Sinesfrido sonrió, sus ojos brillaban con un destello que contenía más de lo que las palabras podían decir.
—Te propongo un reto —dijo Sinesfrido, extendiendo su mano—. Caminemos juntos. Pero no de cualquier forma. Te mostraré cómo caminar puede despertar en ti la verdadera armonía sensorial.
—Camina despacio, como si el tiempo se alargara ante ti. Cierra los ojos, GOVOT. Si te atreves a dar unos pasos en la penumbra de tus propios sentidos, el tacto despertará primero. Sentirás la textura del suelo bajo tus pies, como si cada paso fuera una conversación secreta entre tú y la tierra. Quizás percibas una brisa acariciándote el rostro, y sin necesidad de ver, el viento te contará la dirección de su viaje.
GOVOT se levantó, aceptando la mano de Sinesfrido.
Intrigado, GOVOT dejó que Sinesfrido lo guiara.
Ambos comenzaron a caminar, y Sinesfrido lo guiaría hacia una serie de experiencias únicas.
Primero, caminaron lentamente, casi en cámara lenta. Los pasos de GOVOT eran lentos y cautelosos al principio. De inmediato, notó cómo el aire jugaba con su piel, y su cuerpo, que hasta entonces había sido una mera estructura, comenzó a sentir.
GOVOT empezó a notar cómo el roce de cada brizna de hierba bajo sus pies se sentía diferente, como una caricia delicada. El viento acariciaba su piel como si estuviera envolviendo sus pensamientos en terciopelo. “Tacto”, murmuró GOVOT, maravillado.
Luego, Sinesfrido le indicó que caminara con los ojos cerrados. Al principio, titubeó, pero pronto, su oído se agudizó, percibiendo el crujido de las hojas, el canto lejano de un pájaro, el sonido del río al fondo. Era como si el mundo le hablara a través de sonidos, una melodía armónica que no había escuchado con tanta claridad y armonía.
Más tarde, Sinesfrido le sugirió que caminara hacia atrás. GOVOT, desconcertado, accedió, y de inmediato sintió cómo los olores que habían pasado desapercibidos comenzaban a cobrar vida. El aroma terroso de las hojas mojadas, el perfume dulce de las flores cercanas, y el frescor del aire cargado de humedad lo envolvieron en un torbellino de sensaciones olfativas.
Finalmente, Sinesfrido le propuso algo aún más audaz.
—Toma este cuaderno —dijo, entregándole un pequeño block y un lápiz—. Mientras caminas, escribe. Escribe lo que sientes, lo que percibes, sin detenerte.
GOVOT obedeció, y a medida que avanzaba, el lápiz se movía solo, guiado por algo más profundo. Mientras caminaba y escribía, los sabores se le revelaban: podía “probar” el dulce amargor del aire, el sabor metálico del sol en su piel, y el toque fresco del rocío de la mañana.
Cuando finalmente se detuvieron, GOVOT estaba extenuado, pero lleno de una nueva gama de experiencias sensoriales (sinestésicas).
—¿Lo ves? —dijo Sinesfrido, sonriendo—. Caminar te ha permitido sincronizar y armonizar tus sentidos, te ha dado un ritmo. Ahora puedes vivir en armonía con lo que percibes. Camina, GOVOT, porque es el único camino hacia la verdadera sinestesia, hacia la verdadera conexión.
GOVOT, agradecido, asintió. Ya no se sentía demasiado aturdido. Ahora comprendía que caminar le ayudaría a fortalecer su devenir hacia el equilibrio sensorial.
El día se había convertido en un atardecer sereno, con el cielo pintado en tonos de púrpura y naranja, y mientras los dos amigos se alejaban por el sendero, Sinesfrido sabía que había plantado la semilla de algo más grande: la sabiduría de caminar, de leer el mundo a través de los sentidos, de escribir sobre él, y de dibujarlo con cada paso dado.
Este encuentro entre Sinesfrido y GOVOT nos recuerda que caminar no solo nos lleva a un destino físico, sino que despierta y armoniza los sentidos.
Estimado lector, sea cual sea tu ritmo, ya sea lento o acelerado, con los ojos cerrados o dibujando en un cuaderno, ¡deja que tus pies te lleven a experimentar el mundo de formas nuevas y extraordinarias!
Deja que tus pasos te lleven más allá de lo que tus pensamientos y la imaginación puedan llevarte.